Los últimos estudios sugieren que pasamos mirando la pantalla del 'smartphone' un 24% de nuestro tiempo despiertos. Te contamos qué consecuencias tiene y qué puedes hacer para hacer un uso menos compulsivo.
Kevin Holesh, de 24 años, acababa de casarse y trabajaba como programador de páginas web cuando empezó a darse cuenta de que por las noches, de vuelta en casa, no hablaba con su mujer. Ambos miraban, en silencio, la pantallas de su móvil. Algo no funcionaba. Pero a pesar de la culpabilidad que sentía cada noche después de perder el tiempo tontamente escroleando, y de la sensación, al irse a la cama, de que todo lo que había estado viendo en su pantalla no le había hecho sentirse particularmente bien, no era capaz de dejar de hacerlo.
Aprovechando sus conocimientos de programación, se puso a diseñar una aplicación que, descargada en el móvil, le permitía calcular el tiempo que pasaba mirando la pantalla. El resultado le dejó perplejo, y confirmó sus sospechas de que algo no iba bien. “Mi media era de dos horas y media mirando la pantalla del móvil, y la mayor parte era fuera del trabajo, en mi tiempo de ocio”.
Su app Moment, lanzada en 2013, analiza y muestra en sencillos gráficos no solo el tiempo que pasas mirando el móvil sino también el número de veces que lo miras (pickups) y otras estadísticas. Desde que la lanzó ha sido descargada casi siete millones de veces, lo cual indica que su creador no es el único que tiene esa sensación incómoda de estar pasando más tiempo del que quiere mirando el móvil.
El smartphone tiene una penetración ya de casi la mitad de la población mundial (en EEUU es el 77% de la población, y en España, el 79%). Pero, especialmente cuando se combina con el uso de redes sociales, los expertos empiezan a alertar del efecto de un uso desmesurado: no sólo disminución de la capacidad de la atención y concentración sino también un supuesto aumento de las sensaciones de ansiedad, soledad e incluso depresión. Hay quienes, incluso, especulan con que las redes sociales afectan nuestra capacidad de decisión y, en última instancia, las democracias modernas.
El último estudio de Nielsen calcula en dos horas y 22 minutos la media de tiempo que los adultos estadounidenses pasan delante de su pantalla del móvil (usándola para conectarse a internet, sin tener en cuenta el tiempo que pasan mandando mensajes de texto o hacen un selfi… o incluso, algunos antiguos, hablando por él). En 2016, era 1 hora y 39 minutos. Si esto es excesivo o normal no ha quedado establecido científicamente, pero lo que está claro es que estamos dejando de hacer otras cosas. Y sobre todo: ¿estamos mirando el teléfono porque realmente nos apetece, o se trata de un comportamiento compulsivo acentuado por las estrategias de apps y redes sociales para atrapar nuestra atención el mayor tiempo posible?
Los datos de Moment son todavía más chocantes. De sus usuarios activos (millón y medio, sólo un 40% de los cuales son estadounidenses), la media de tiempo que se mira la pantalla es tres horas y 57 minutos. “Es verdad que es una muestra muy especial porque es gente que ya ha decidido que tiene un problema y se ha descargado la app para controlarlo”, admite su creador. Los “culpables” de ocupar la mayor proporción de ese tiempo son las redes sociales, según este estudio de Centre for Humane Technology.
Como toda herramienta, un smartphone puede ser utilizado para cosas más o menos útiles o más o menos necesarias. No es lo mismo leer un sesudo artículo del Economist en la pantalla del teléfono o usar Google Maps para encontrar un sitio que pasar los minutos muertos recorriendo de manera pasiva lo que los algoritmos de Instagram o Twitter nos ofrecen.
Es en este segundo uso del teléfono donde Holesh piensa que se encuentra el verdadero peligro. “Facebook, por ejemplo, tiene miles de ingenieros, y diseñadores, dedicados exclusivamente a conseguir que no te vayas de la plataforma, a retenerte el mayor tiempo posible. Es su modelo de negocio, y es de lo que viven”.
Las redes sociales tienen un lado divertido y útil, pero son también una gigantesca fuente de contenido ilimitado, creada por algoritmos que se alimentan de nuestros me gusta y nuestros clicks, en la que pelean por nuestra atención noticias relevantes y chorradas anecdóticas; información personal auténtica con titulares falsos y publicidad. Y, al contrario que la televisión, Instagram, Facebook o Twitter van a seguir enseñándote contenido sin títulos de crédito ni referencias de tiempo, como los centros comerciales en los que no sabes si es de día o de noche.
En los últimos años han abundado los renegados de la tecnología, aquellos que como Tristan Harris, James Williams o Jaron Lanier, denuncian ahora las prácticas cuasi "demoniacas" de las grandes compañías donde antes trabajaban (Harris y Williams en Google, Lanier en Microsoft) y hablan de la economía de la atención.
Como réplica, este año Facebook y compañía han querido dar muestras de buena voluntad. En agosto, Facebook e Instagram han incorporado herramientas para poner límite al uso que se le da a sus plataformas. Google se les había adelantado en junio con el anuncio de la puesta en marcha de su programa Digital Well Being, que incluyen desde avisos en Youtube cuando uno pasa determinado tiempo viendo vídeos a gráficos pormenorizados en los teléfonos Android sobre el tiempo que se pasa en cada aplicación; el iPhone X viene ahora con Screen Time, una prestación que ofrece gráficos similares de lo que hacemos con nuestro móvil.
Son pasos en la dirección adecuada, pero cualquiera que haya intentado poner límites en el uso de un aparato a sus hijos sabe lo fácil que son de saltar. Y por muy espectaculares que sean los gráficos que te enseñan el tiempo que has pasado mirando tu móvil, saberlo no te va a ayudar a usarlo menos.
Ahí es donde aplicaciones como Moment, o proyectos como el HabitLab de la Universidad de Stanford, diseñado para el uso de la web en los ordenadores, proponen programas más intervencionistas.
HabitLab, una app para ordenadores y portátiles que se instala en el navegador, es más radicalse basa en las normas que el propio usuario determina (él decide cuáles son los agujeros negros que más tiempo le hacen perder) para lanzar alertas desde un mensaje en la pantalla (“hoy llevas 2 horas mirando Facebook”) hasta directamente, apagar el explorador. Si es Facebook tu particular caballo de batalla, HabitLab te ofrece una serie de intervenciones, como limitar el número de scrolls, deshabilitar los comentarios o remover los clickbaits. “Es muy difícil que funcione el mismo enfoque para todo el mundo, porque cada uno hacemos un uso bien diferente de internet. Por eso es tan importante para nosotros ofrecer un montón de posibilidades para personalizar el uso de HabitLab”, explica Geza Kovaks, uno de los estudiantes de postgrado que lo puso en marcha hace dos años. El programa se ha descargado decenas de miles de veces y tiene unos 8.000 usuarios activos.
Aparte de un servicio llamado Aburrido y genial (Bored and brilliant), que es gratis, y que promete que te devolverá el placer por no hacer nada, el servicio premium de Moment propone, a cambio de 3,99 dólares, ejercicios diarios como “no usar el móvil en el baño” o “dejar el teléfono fuera del dormitorio”. Los usuarios premium de Moment, unos 300.000, han conseguido disminuir, de media, una hora al día su uso del móvil. Los programas de concienciación diseñados por Holesh duran unas dos semanas y han sido completados 21.685 veces, lo cual quiere decir que la inmensa mayoría de los que intentan hacerlos no llegan a completarlos. “Lo normal es que los buenos hábitos te duren un tiempo, pero acabes volviendo a usarlo demasiado y tengas que hacer un programa de refuerzo”, explica. “No se trata de una adicción como el alcohol o el tabaco, no es una adicción física, pero es una adicción de comportamiento”.
Kovaks es menos categórico “No se puede generalizar en el efecto del uso de la redes sociales. Hay otros estudios que aseguran que mejora el humor, que hace más felices a la gente que las usan. Nosotros solo queremos dar al usuario todo el poder para que decida cómo y cuánto quiere hacerlo”. Uno puede entrar o no en las redes sociales, está claro. Pero lo que no parece tan claro es si, como pasa con el tabaco, no están diseñadas precisamente para que lo difícil sea conseguir un “consumo moderado”.
Fuente: retina.elpais.com
Autor: Eva Catalan