La asimetría e ineficiencia de los mercados de capitales justifica el deber de dedicar recursos a la RSC.
Dentro de la literatura económica, uno de los debates con mayor peso es (y fue) el que plantea el choque entre la ética empresarial y la maximización del beneficio.
En medio de esa dicotomía encontramos la responsabilidad social empresarial (RSE), un término relativamente moderno que engloba actitudes y acciones a modo de respuesta a reclamaciones sociales y a valores morales de los directivos. Como cajón de sastre que aglutina muchas posturas, perspectivas y utilidades, necesita de una revisión para encontrar su razón principal y su fin último.
Milton Friedman (1962) y su célebre visión financiera supusieron el primer detonante para un largo debate que llega hasta nuestros días. Este afirmaba que la empresa solo debe conseguir la maximización de los beneficios (del valor de la empresa para el propietario), actuando dentro de los límites legales y de las reglas éticas propias de una economía de mercado, sin que sea necesario plantearse otro tipo de preocupaciones. Un pensamiento sustentado sobre el modelo financiero o principal agente: cuando un actor económico (principal) depende de la acción moral de otro (el agente), sobre el cual no tiene perfecta información, viniendo a poner sobre la mesa las dificultades de contratar bajo condiciones de información asimétrica y que encuentra su justificación teórica bajo la teoría de la agencia. Esta relación de agencia defiende que el capital accionarial controle la delegación del uso de sus derechos de propiedad y se haga una asignación óptima de recursos de todos los agentes, lo cual repercutirá, automáticamente, en beneficio social. Pero ese objetivo es difícil de conseguir en una economía mayormente moderna. Y es que el modelo financiero se sustenta sobre pilares racionales y constituye un importante elemento explicativo de las bases de la economía, pero una vez que la ética entra en los negocios como una exigencia no solo moral, sino social, este modelo encuentra innumerables contratiempos para erigirse como paradigma económico referente. Es cierto que si los directivos no maximizan la riqueza accionarial se arriesgan a perder su cargo, pero ¿los accionistas deben poseer en exclusiva los excedentes residuales (beneficios)?
Para que eso fuera cierto, los demás suministradores de factores de producción deberían ser retribuidos a su coste de oportunidad social y mediante contratos completos que especifiquen lo que ocurre en cada circunstancia; lo que no suele ser el caso. Además, el riesgo asumido por los accionistas se reduce a través de la diversificación. Así, la principal función que cumplen los accionistas es actuar como guardianes de la capacidad empresarial para crear riqueza, pero no parece que puedan ser los exclusivos titulares de los derechos de control, pues vislumbramos acreedores residuales que lograrán unos rendimientos según el excedente global de la firma y el resultado del proceso de negociación, y los cuales también asumen riesgos específicos al efectuar inversiones específicas para contribuir más eficientemente a las actividades colectivas en el marco de la compañía; y es aquí donde surgen una serie de obligaciones de la empresa hacia su entorno.
Por otra parte, las condiciones a cumplirse para que la maximización de valor lleve al óptimo son, principalmente: existencia de competencia perfecta en todos los mercados, inexistencia de bienes públicos y ausencia de efectos externos. Obviamente estas no se cumplen nunca y, aun cuando lo hicieran, ningún grupo sería favorecido frente a otro, y ni se crearía ni se destruiría valor para el accionista, que no obtendría beneficios extraordinarios. Esa continua creación de valor exige, por tanto, aceptar la existencia de fricciones y asimetrías de información en los mercados de capitales; por lo cual los directivos tendrían que considerar que la exclusiva maximización de la riqueza de los accionistas probablemente no llegaría a coincidir con el interés colectivo.
En realidad, para asegurar la eficiencia será preciso tener en cuenta los intereses de los grupos no accionistas, y tanto la empresa como los demás partícipes tendrán incentivos para apropiarse las cuasi rentas así creadas. Es en este último razonamiento donde percibimos que hoy la puesta en duda del modelo financiero tiene mucho que ver con:
- La relevancia de los contratos implícitos, la confianza y la reputación dentro de las actuales economías, cobrando importancia el capital social o relacional.
- El enfoque cognitivo de la organización: quiénes soportan riesgos residuales (específicos) y están legitimados para participar en el control y gestión de la empresa.
- La existencia de externalidades (efectos externos o sobre terceros) que las corporaciones han de acostumbrarse a internalizar en sus cálculos.
Publicado en Cinco Días (El País)