Instagram… la red social que parece que nació para compartir fotos realmente trabajadas y que pasó después a ser la red social preferida de los más jóvenes, ha cautivado también a muchas empresas y profesionales.
El caso es que, nos guste o no, es (lleva siéndolo un par de años) la red de moda en la que todos (o casi todos) nos hemos visto tentados a compartir nuestra intimidad con Facebook, Inc. (titular actual de esta red y de Whatsapp). Y en ella cedemos una ingente cantidad de información personal. Probablemente mucho más de lo que inicialmente pensamos.
Salvando las distancias de cuentas en Instagram corporativas que trabajan muy bien sus publicaciones, publican vídeos-píldoras de contenido, infografías, encuestas, etc., motivando la generación de conocimiento e interacción con una excelente creatividad (desde la imagen y sonido, que no es fácil), lo cierto es que se trata de la red del postureo por antonomasia. Hasta el punto de que podríamos decir que hay una doble vida: la de Instagram, en la que todo es perfecto, solo hay felicidad, risas, playas, amigos y buen ambiente, y la real en la que está… todo lo demás.
Su éxito y popularidad es realmente imparable y ha motivado el nacimiento de una presunta profesión: los influencers. Presunta porque daría para un debate largo tendido discernir sobre la realidad de esos presuntos influencers, su rentabilidad para las marcas o el engagement que realmente generan.
El caso es que, nos guste o no, es (lleva siéndolo un par de años) la red de moda en la que todos (o casi todos) nos hemos visto tentados a compartir nuestra intimidad con Facebook, Inc. (titular actual de esta red y de Whatsapp).
Cedemos una ingente cantidad de información personal
Probablemente mucho más de lo que inicialmente pensamos.
No hay más que echarle un vistazo a su Política de Privacidad –que, por cierto y aunque no se la lea nadie, está redactada de manera muy sencilla y comprensible- para darnos cuenta de la cantidad de información que la red almacena sobre nosotros a cambio del narcisista like que todos ansiamos.
Que cedemos la imagen y los derechos sobre ella creo que, a estas alturas de la película, todos deberíamos saberlo ya. Es más que evidente.
Pero claro, la imagen no va sola. Los famosos metadatos (pequeñas piezas de información que complementan a la imagen y que van incorporadas a ella) también los cedemos. Y sí, es cierto. Instagram (como la mayoría de las redes sociales) elimina los metadatos de las imágenes en su publicación.
Pero que no los publique no significa que no se los quede, los trate y los use. Y lo hace.
Así que, información de nuestra geolocalización (si tenemos el GPS del móvil activado); de nuestra IP; de qué modelo de móvil estamos utilizando (lo cual puede ser indicativo del nivel de renta); de nuestro proveedor de datos y alguna que otra información más se añade a la imagen en sí para empezar a perfilar, de cara a Instagram, cómo somos realmente.
Pero no solo eso. Instagram también trata (y registra, almacena y analiza) nuestros likes (los que damos y los que recibimos), los hashtags que utilizamos, las páginas a las que seguimos, el tiempo que pasamos al día en la aplicación…
Todo es capturado, analizado y registrado.
Es más. También sabe los vídeos que vemos, las imágenes en las que nos paramos más tiempo y, ¡ojo!, aquellas que ampliamos y ¡qué parte ampliamos! Sí, sí… Lo sabe todo…
Instagram nos escucha
Y por si eso fuera poco, hace escasamente dos años se sacó de la manga las stories, publicaciones que solo duran 24 horas, en las que podemos ser todo lo creativos que queramos (o atrevidos o sarcásticos, o gamberros… total, solo duran 24 horas...)
Me temo que no… Oficialmente (de cara a nuestros “amigos”/seguidores) solo duran 24 horas, sí. Pero eso no quiere decir que Instagram no se las quede (igual que las imágenes del muro. Al fin y al cabo, le hemos dado licencia sobre ellas) y las pueda utilizar.
Además, cualquiera puede hacer una captura de la story y… se acabó lo efímero. Ya se podrá compartir alegremente en otras redes y grupos de mensajería… De hecho, la función de avisar al usuario cuando alguien hacía una captura de su story fue eliminada hace tiempo, facilitando poder “llevarse” esas imágenes más especiales al antojo de quien la pueda visualizar.
El verdadero trasfondo de las stories es otro bien distinto. Instagram no es, precisamente, una hermanita de la caridad que esté pensando a todas horas en cómo hacernos la vida más divertida añadiendo funcionalidades, máscaras y orejas de oso para ponernos en las stories… Desarrollar todo eso cuesta una cantidad muy importante de recursos y tiene que tener un fin.
Y ese fin no es otro que querer saber más de nosotros. ¿cómo? ¡Escuchando lo que decimos! Así de sencillo.
Para poder utilizar las stories tenemos que darle permiso a la app para acceder a nuestra cámara y a nuestro micrófono (aunque la story que vayamos a publicar no tenga sonido). Y claro, una vez que lo tiene… ¡A escuchar se ha dicho!.
O ¿acaso creéis que es casualidad que tras haber estado hablando con un amigo (de los de verdad, en la vida real) de, por ejemplo, playas paradisíacas, la primera publicidad que nos aparezca al entrar en Instagram sea de un viaje al Caribe?
En internet las casualidades no existen. Y si Instagram nos muestra esa publicidad es porque sabe que, además de haber podido acceder a ello desde el navegador, hemos estado hablando de ello y es algo que nos interesa.
Así que, ya tenemos, imagen, metadatos (ubicación en tiempo real incluida y nivel socio económico), gustos, amigos, interacciones y gestos en cada imagen o vídeo y hasta nuestras conversaciones. No está mal. Con eso, seguramente pueda hacerse una idea bastante acertada de cómo somos realmente, ¿no os parece?
Pero si los direct son privados…
¿Qué le queda por saber entonces? No sé, se me ocurre que lo que realmente pensamos o queremos. Nuestros pensamientos más privados que no solemos decir en público…
Pero sí en privado. Y ahí es donde llega la guinda del pastel, aunque realmente ha sido así desde el principio, aunque poca gente lo sepa (especialmente los y las adolescentes): los DM. Pues sí, Instagram lee nuestros mensajes. Los lee y ve las fotos enviadas. De hecho, nunca ha llamado a su sistema de mensajería “mensajes privados” sino “mensajes directos” (Direct Messages).
Es bastante evidente, creo, la cantidad de información y datos (incluso algunos absolutamente personales) que Instagram almacena sobre nosotros cada vez que entramos en su red. Incluso aunque lo hagamos simplemente por cotillear.
Si no te habías parado a pensarlo o no habías leído su política de privacidad, quizás este post te haya hecho, al menos, darle una vuelta y puedas valorar si merecen la pena tres o cuatro (o 300 o 400, vaya) likes a cambio de todo lo que cedes, e incluso, que hay modos de desactivar permisos y activarlos justo para compartir una story y volverlos a desactivar, por más que no sea cómodo.
Que no digo que no se use. ¡¡Por supuesto que no!! Pero siempre con unas mínimas medidas de seguridad y control para tratar de minimizar la información que tienen sobre nosotros. O, al menos, para evitar que controle nuestra ubicación y nuestros mensajes privados.
Fuente: www.abogacia.es
Autor: Susana González Ruisanchez