No es la primera vez, y me temo que tampoco será la última, que sostengo que el verdadero problema con las pensiones no lo tienen nuestros mayores. Esta situación será mucho más grave cuando los que pertenecemos a la generación del baby boom comencemos a jubilarnos en menos de dos décadas. Es en ese momento cuando se combinarán tres variables que conformarán la tormenta perfecta. Por un lado, nuestras carreras laborales han sido muy largas, llegando a trabajar algunos más de 40 años; en segundo lugar, nuestras bases de cotización, afortunadamente, han sido elevadas, gracias a que una parte importante de trabajadores hemos disfrutado de unas buenas remuneraciones y, tercero, que nuestra esperanza de vida será mucho mayor.

No hace falta ser economista para darse cuenta de que la conjunción de estos tres elementos necesita contar con unos ingresos adecuados para satisfacer las pensiones. Sin embargo, nuestro mercado laboral no está preparado para mantener el sistema como hace dos décadas. Desde hace más de un lustro, lo que se recauda vía cotizaciones sociales para el pago de las pensiones contributivas no llega para cubrir el desembolso necesario. Esto ha provocado que la hucha de las pensiones esté prácticamente vacía. Es más, la Seguridad Social ha tenido que pedir prestado dinero al Tesoro Público en varias ocasiones para poder sufragar las pagas extras de nuestros pensionistas. Evidentemente, estas dos actuaciones son simples políticas de parcheo y de naturaleza cortoplacista que, si bien solucionan de forma temporal el desfase presupuestario, no permiten atacar correctamente el problema.

Pero lo más complicado está por venir. Desde mi punto de vista,lo primero que debería hacerse es informar a la sociedad de lo delicada que va a ser la situación y, al mismo tiempo, establecer un plan de choque para prevenir los efectos. Soy consciente de lo complejo que es este tema, pero de la misma forma creo que es necesario tomar medidas de inmediato para poder proteger el derecho a recibir una pensión cuando finalizas tu vida activa.

En primer lugar, sería necesario mantener el actual sistema que desliga la financiación de las pensiones contributivas de las no contributivas. Las primeras deberían financiarse con cotizaciones sociales, las segundas, a través de otras figuras tributarias, pero al mismo tiempo quitar de la parte contributiva todos los gastos no imputables a estas prestaciones, como su gestión. De esta forma, se podrá asignar correctamente el ingreso al gasto. En segundo lugar, hay que modificar el sistema de financiación. En España ha funcionado bien hasta no hace muchos años, pero hay que pensar en establecer mecanismos complementarios al sistema público. Evidentemente, esto no significa ni mucho menos privatizar las pensiones. Es preciso encontrar instrumentos que acompañen, pero que no sustituyan, a uno de nuestros pilares del Estado de Bienestar. En la totalidad de los países de la UE, las prestaciones se complementan con instrumentos asegurativos privados. Para ello es necesario que tanto los empleadores como los trabajadores realicen aportaciones a estos fondos.

En tercer lugar, nuestro mercado laboral necesita una profunda revisión. Las altas tasas de temporalidad, nuestros elevados niveles de empleo precario y los bajos salarios no ayudan nada a mejorar los ingresos que tienen que alimentar nuestro sistema de pensiones. Es necesario cambiar nuestro modelo productivo, que depende excesivamente de actividades que generan un escaso valor añadido. Nos va mucho en ello, tanto para hoy, como para dentro de veinte años.

Fuente: La Voz de Galicis

Autor: ALBERTO VAQUERO GARCÍA (PROFESOR TITULAR DE ECONOMÍA APLICADA. GRUPO GEN UVIGO)